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Una sirena moribunda que se perdió y no supo encontrar otra vez el camino del mar. Es un cuadro de Ballested. Gauna los angeles miró algo perplejo; después, como tomando una resolución, inquirió: —¿Me querés? Ella sonrió. —¿Cómo no te voy a querer con esos ojos verdes? —¿Con quién estuviste? —Con todos —repuso Clara. —¿Quién te acompañó a tu casa? —Nadie. Figurate que ese muchacho alto, ése que va a hacer los angeles notita en Don Goyo quería llevarme a casa. Pero period temprano. Yo no sabía todavía si tenía que ensayar. Se cansó de esperarme y se fue. Gauna los angeles miró con una expresión cándida y solemne. —Lo más importante —declaró, tomándole las manos e inclinando l. a. cabeza— es decir los angeles verdad. —No te comprendo —contestó ella. —Mirá —afirmó Gauna—, voy a tratar de explicártelo. Uno se acerca a otra character para divertirse o para quererla; no hay nada de malo en eso. De pronto uno, para no hacer sufrir, oculta algo. El otro descubre que le han ocultado algo, pero no sabe qué. Trata de averiguar, acepta las explicaciones, disimula que no las cree del todo. Así empieza el desastre. Quisiera que nunca nos hiciéramos mal. —Yo también —agregó Clara. Él continuó: —Pero comprendeme. Ya sé que somos libres. Por lo menos, por ahora, somos completamente libres. Podés hacer lo que quieras, pero siempre decime los angeles verdad. Te quiero mucho y lo que más aprecio es entenderme con vos. —Nadie me ha hablado así —declaró los angeles muchacha. Ante sus ojos radiantes, pardos y puros, se avergonzó, se encontró descubierto; quiso reconocer que toda esa teoría de l. a. libertad y de l. a. franqueza period una improvisación, una apresurada memoria de conversaciones con Larsen, y que ahora l. a. desplegaba para ocultar sus averiguaciones, su necesidad de saber lo que ella había hecho los angeles noche en que no quiso acompañarla, para disfrazar un poco el inesperado y urgente sentimiento que lo dominaba: los celos. Empezaba a balbucir, pero los angeles muchacha exclamó: —Sos maravilloso. Creyó que se reía de él. Cuando los angeles miró, comprendió que hablaba con seriedad, casi con fervor. Se avergonzó más. Pensó que ni siquiera estaba seguro de creer lo que había dicho, ni de aspirar a entenderse perfectamente con ella, ni de quererla tanto. XVIII Cuando Gauna llegó a su casa, después de acompañar a Clara, Larsen dormía. Gauna se acostó silenciosamente, sin encender l. a. luz. Después gritó: —¿Cómo te va? Larsen contestó, con entonación pareja: —Bien, ¿y vos? Casi todas las noches conversaban así, en los angeles oscuridad, de catre a catre. —A veces me pregunto —comentó Gauna— si no habría que tratar a las mujeres a los angeles antigua, como cube el surgeon. Pocas explicaciones, pocas zalamerías, con el sombrero entrado hasta las cejas y hablándoles por encima del hombro. —Así no puede uno tratar a nadie —replicó Larsen. Gauna aclaró: —Mirá, che, no sé qué decirte. No para todos son buenos los mismos ideales. A mí me parece que vos y yo somos demasiado comprensivos; podemos llegar a cualquier vergüenza y a cualquier cobardía. No sabemos contrariar a l. a. gente; en seguida levantamos bandera blanca. Tenemos que endurecernos.