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By Markus Zusak

Érase una vez un mundo donde las noches eran largas y los angeles Muerte contaba su propia historia. Érase una vez una ladrona que robaba libros y regalaba palabras.
 
En el pueblo vivía una niña que quería leer, un hombre que tocaba el acordeón y un joven judío que escribía cuentos hermosos para escapar del horror de l. a. guerra. Al cabo de un tiempo, l. a. niña se convirtió en una ladrona que robaba libros y regalaba palabras. Y con esas palabras se escribió una historia hermosa y merciless.  
 
Una novela tremendamente humana, emocionante e inolvidable, que describe las peripecias de una niña alemana de nueve años desde que es dada en adopción por su madre hasta el ultimate de l. a. II Guerra Mundial. Su nueva familia, gente sencilla y nada afecta al nazismo, le enseña a leer y, a través de los libros, a distraerse durante los bombardeos y combatir l. a. tristeza. Pero es el libro que ella misma está escribiendo el que finalmente le salvará l. a. vida.

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By the Shores of Silver Lake (Little House)

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Al Capone Shines My Shoes

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Hans tomó asiento en los escalones. Liesel levantó los primeros mechones de cabello de Max Vandenburg. Al tiempo que cortaba las plumosas hebras, se maravillaba del ruido que hacían las tijeras, y no period el de los tijeretazos, sino el del chirrido de las hojas metálicas al cercenar cada mata de pelo. En cuanto acabó el trabajo, riguroso en algunas zonas, un poco tortuoso en otras, subió los angeles escalera con el cabello en las manos y alimentó l. a. caldera. Encendió una cerilla y contempló cómo l. a. maraña mermaba y se marchitaba, anaranjada y rojiza. Max estaba de nuevo en l. a. puerta, esta vez en lo alto de l. a. escalera del sótano. —Gracias, Liesel —dijo con voz profunda y ronca, timbrada con una sonrisa oculta. En cuanto acabó de decirlo volvió a desaparecer, de vuelta al sótano. El periódico: principios de mayo —Hay un judío en mi sótano. —Hay un judío. En mi sótano. Liesel Meminger oyó esas palabras tumbada en el suelo de l. a. habitación llena de libros del alcalde, con l. a. bolsa de l. a. colada a un lado. los angeles figura fantasmal de l. a. mujer del alcalde se sentaba, encorvada como un borracho, ante el escritorio. Delante de ella, Liesel leía El hombre que silbaba, páginas veintidós y veintitrés. Levantó l. a. vista. Se imaginó acercándose, apartándole con suavidad un mechón de pelo sedoso y murmurándole al oído: �Hay un judío en mi sótano». El secreto se instaló en su boca mientras el libro bailaba en su regazo. Se puso cómodo. Cruzó las piernas. —Debería irme a casa. Esta vez lo dijo en voz alta. Le temblaban las manos. A pesar del asomo de sol en el horizonte, una artful brisa entraba por l. a. ventana abierta, acompañada de l. a. lluvia, que se colaba como si fuera serrín. l. a. mujer arrastró l. a. silla y se acercó cuando Liesel devolvió el libro a su sitio. Siempre acababan así. Las delicadas ojeras con arrugas se hincharon un instante al alargar l. a. mano y volver a sacar el libro. Se lo ofreció a l. a. niña. Liesel lo rechazó. —No, gracias —dijo—, ya tengo muchos libros en casa. Tal vez en otro momento. Es que estoy releyendo uno con mi padre; ya sabe, el que robé en los angeles hoguera. los angeles mujer del alcalde asintió con l. a. cabeza. Si había que concederle algo a Liesel Meminger period que nunca robaba sin venir a cuento: sólo hurtaba libros cuando creía que period necesario y, por el momento, estaba servida. Había leído Los hombres de barro cuatro veces y estaba disfrutando su reencuentro con El hombre que se encogía de hombros. Además, todas las noches antes de irse a l. a. cama abría un guide infalible para llegar a ser un buen sepulturero. Enterrado en lo más hondo de su ser moraba El vigilante. Musitaba las palabras y tocaba los pájaros. Volvía las crujientes páginas lentamente. —Adiós, frau Hermann. Salió de l. a. biblioteca, atravesó el vestíbulo de tablas de madera y salió a l. a. monstruosa entrada. Como de costumbre, esperó un momento en los escalones, mirando los angeles ciudad que se extendía a sus pies. Esa noche Molching estaba cubierta por una bruma amarillenta, que acariciaba los tejados como si fueran sus mascotas y rebosaba las calles como si fueran bañeras.

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