Culto, liberal, escéptico y tolerante, Prosper Mérimée (1803-1870) se sintió, como tantos otros de sus coetáneos, atraído por España, su historia, sus tradiciones y sus costumbres. Hasta el punto de caer en l. a. tentación de " inventar " España antes de conocerla. Las circunstancias le convirtieron en amigo íntimo —preceptor ocasional junto a Stendhal y, luego, confidente— de Eugenia de Montijo, esposa del emperador Napoleón III. Su inquietud creadora le hizo abandonar l. a. escritura teatral y consagrarse a los angeles narrativa. Su sincero, fervoroso y documentado hispanismo no puede ni debe incitarnos a conceptuar su obra de " españolada " .
La quimérica actriz y comediógrafa granadina Clara Gazul se dio a conocer en París, en 1825; veinte años antes que los angeles cigarrera sevillana Carmen. Pero, así como esta última nacería primordialmente de los viajes y experiencias personales de Prosper Mérimée, l. a. comedianta Clara Gazul había sido producto exclusivo de las lecturas y l. a. imaginación de su autor. Las piezas que componen el " Teatro de Clara Gazul " son, en ocasiones, desenfrenados manifiestos liberales e incluso antifranceses. En todo caso, anticlericales. los angeles rebeldía ideológica y formal —el humor negro— del teatro del joven Mérimée constituye hasta cierto punto un anticipo del esperpento valleinclanesco.
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Si yo fuese hombre, querría ser coronel de dragones. JIMENA. —Yo, si fuese hombre, sería capitán de navío. �Te has fijado en esos niños a los que llaman cadetes de marina? �Qué elegantes están con su chaquetilla azul y su pantalón blanco! FRANCISCA. —¿Y seríais unas chicas que solo encontraríais bien a un hombre si llevara galones en las mangas y, en l. a. cabeza, un casco o un tricornio? IRENE. —No, eso no. Mira, sin ir más lejos, vemos todos los días un hombre muy guapo que, sin embargo, no lleva uniforme. JIMENA. —Sé a quién te refieres, y es muy cierto. FRANCISCA. —¿Quién es, pues? IRENE. —¡Bonita pregunta! Fray Eugenio. FRANCISCA. —¡Fray Eugenio! MARÍA. —¡Fray Eugenio! JIMENA. —Es cierto que no es posible tener unas manos más hermosas que las suyas. IRENE. —Y en sus ojos, �qué nobleza y, a los angeles vez, qué dulzura! JIMENA. —Es una lástima que no lleve bigote; tiene los angeles boca un poco grande. IRENE. —No demasiado para un hombre, y tiene unos dientes soberbios. También hay que ver cómo los cuida. Es por eso, creo, por lo que no fuma desde hace algún tiempo. �Por qué te ríes, Paquita? FRANCISCA. —Me río de l. a. profundidad de vuestras observaciones. JIMENA. —Lo que más me gusta en él es que siempre está de buen humor. Es sencillo, jovial; es todo lo contrario de su predecesor, el difunto padre Domingo Ojeda, que nos fastidiaba a cada paso. Fray Eugenio nos permite bailar unas con otras, cantar y reír, y nos repite a cada instante: �Divertíos mientras sois jóvenes». Se pone siempre de nuestra parte frente a nuestra vieja superiora, que tiene un humor tan áspero: en realidad, es un hombre galante. IRENE. —¿Sabéis lo que ha hecho por doña Lucía de Olmedo? FRANCISCA. —La verdad, no. IRENE. —Toda los angeles ciudad habla de ello; lo oí contar ayer en casa de mi madre. FRANCISCA. —¿Doña Lucía, l. a. hija de don Pedro, el auditor14? �La que se dejó raptar por un oficial de los dragones de América? IRENE. —Precisamente. Al principio, su padre lanzaba rayos y centellas; hablaba nada menos que de meter a doña Lucía en las Arrepentidas15, y había conseguido del corregidor una orden para hacer arrestar a un oficial de dragones... , un teniente, un tal Fadrique Romero, o algo así. Dicen que es un militar bastante guapo, con bigotes negros, que toca bastante bien l. a. guitarra; fue incluso con su guitarra como sedujo a esa loca de doña Lucía, pues es un segundón que no tiene ni un céntimo. Tiene que vivir de su paga: ya sabéis lo que es eso... En resumen, hacía un excelente negocio dedicando sus atenciones a doña Lucía, cuyo padre es tan rico. FRANCISCA. —¿Y fray Eugenio? IRENE. —Fray Eugenio fue a buscar al padre, que estaba furioso; y sin duda le soltó un sermón muy elocuente, muy conmovedor, como sus sermones de cuaresma. Le dijo: �Veis bien que vais a causar vuestra propia desgracia causando l. a. de vuestra hija; queréis castigar un escándalo, y vais a producir un escándalo mayor», et coetera, et coetera. En fin, tanto predicó, tanto predicó, que el padre lloró un poco. Fray Eugenio tenía preparados, en un gabinete, al raptor y a l. a. hija seducida.